Ésta mañana decide Angy que ella saca a los perros, y yo
aprovecho para ducharme. A su vuelta
desayunamos los tres, tiramos las lentejas de Gabi a la basura (poco más y se
comunican con nosotros…), y ponemos rumbo a Utrecht.
¿Funcionará el cargador para la Tablet? Es lo primero que
miramos, y sí, así es, pero como la Tablet es lista, no permite que se cargue
mientras se está utilizando, porque gasta más de lo que consigue, así que,
sintiéndolo mucho los tres, el cargador para coche nos va a servir de más bien
poco.
Hace una temperatura de 33º, y por lo tanto, no olvido meter
la crema en la mochila.
Llegamos a Utrecht sin problemas, resulta que viene muy bien
indicado en los carteles de la autopista, aunque al entrar en la ciudad, la
ruta que nos marca el GPS de la Tablet está en la realidad cortado por obras,
así que nos toca improvisar.
Llegamos a 300m del destino final del gps, y aparco
peeeeerfecto el coche. Paseamos por las calles de entrada a la zona centro de
Utrecht y lo primero que vemos es un museo en 3D, muy raro, y gratis. Así que,
aunque parezca una locura, decidimos entrar.
Paseamos por él, después de haber cogido la entrada, que nos
la da un hombrecillo muy majo, y resulta ser de lo más raro. Tiene nada más
entrar unas máquinas en las que puedes hacerte una foto, y la máquina, parece
ser, te hace un cuadro a carboncillo. Digo parece ser, porque está todo en
Holandés, y lo único que hay en inglés es una copia del folleto de entrada,
pero incluso las indicaciones están en holandés. Vamos, que hacemos una de
perdernos por el museo.
Hay pantallas en las que puedes perderte por la Holanda de
hace unos cuantos años a lo google maps, con fotos antiguas de las diferentes
ciudades. También hay películas y cortos de diferentes épocas, y habitaciones
que recrean anécdotas y eventos. Una de ellas tiene fotos de recién casados de
vetetúasaber cuándo, con botoncitos, con los que, según ha conseguido averiguar
Jorge, determinas cuáles acabaron felices y cuáles divorciados en una especie
de juicio en una pantalla, claramente en holandés. En otra de las habitaciones,
las paredes están pintadas con grafitis, y hay unas pantallas en las que
aparecen imágenes en movimiento en blanco y negro, algo más actuales, que
parecen tratar de las drogas. Es al entrar en ésta habitación, cuando se apagan
las luces, se encienden las pantallitas, y te habla, directamente, una voz, que
va narrando… algo. Según Angy, parece el confesionario de Gran Hermano. En la
última habitación en la que entramos hay simplemente un escritorio antiguo, con
libros de atrezzo.
Salimos de la zona de habitaciones extrañas, y entramos a
una zona en la que, en la parte central, hay unas pantallas interactivas en las
que puedes validar tu entrada y acceder a los archivos con una cuenta especial
que creas. Nos lo creamos los tres, pero no entendemos ni papa, así que pasamos
a otra cosa.
Seguimos paseando y hay
grabados, pinturas, y un pasadizo raro detrás de una habitación muy muy
grande en la que hay teléfonos, en los que puedes, validando de nuevo tu
entrada, y ya registrado, ver de nuevo los archivos antiguos, pero sigo sin
saber ni siquiera como se esribe “adelante” o “siguiente” en holandés, así que
decidimos que es hora de seguir conociendo Utrecht, o empezar a hacerlo, al
menos de verdad, y salimos del museo.
Caminamos sin saber muy bien a donde, nada más salir del
museo nos encontramos con una pareja de turistas franceses que están en nuestra
situación, ponemos a Angy a escuchar lo que un holandés les cuenta, y a duras
penas, ya que era un poco cantoso, descubrimos que caminando un poco en la
dirección en la que van los turistas, hay un poste con información, con los
típicos cartelitos en forma de flecha que apuntan en la dirección que se
encuentra hacia lo que guían. También vemos a lo lejos una torre, y le hago una foto. Bueno, o dos. Es que en la farola de al lado hay una pegatina de twitter, y me hace gracia.
Nos movemos en la dirección que marca el cartel de “Centrum”,
y llegamos al centro de la ciudad, aunque, como es domingo, no es que haya
demasiada gente (que no quiere decir que no la haya, porque aunque sea domingo,
no deja de ser una ciudad importante).
Cada vez hay más, ya no gente, si no bicis, y nos sorprende
la cantidad de gente gótica que pasea por las calles de Utrecht. Nos
encontramos con una furgoneta de helados que me llama mucho la atención porque
me encanta (no sólo a mí, también a Angy con su cámara de vídeo, aunque tarde un poco más que yo en editarlos y subirlos), y también con una tienda de souvenirs, en la que nos hacemos con
unos imanes de recuerdo.
Por las calles de Utrecht, como en Madrid, también hay arte
callejero.
Seguimos caminando, sin rumbo fijo, hasta que encontramos un
mercadillo que nos llama la atención. Llegamos hasta él movidos por la música,
y no precisamente celta… resulta que es música electrónica, a todo trapo porque
son Dj’s famosos pinchando para… el “Summer Darkness”. Sí, justo cuando los
tres nos estamos preguntando “¿Qué es esto?”, aparece un hombrecillo con
panfletos informativos. Resulta que todos los años, en verano, se celebra una
reunión de góticos entre la catedral, y con nuestra torre, la torre de Dom, que resulta que es la
torre más alta de Holanda, de estilo gótico.
Damos una vuelta, nosotros, los multicolores, entre tanto
gótico. Jorge compra un par de cosillas, todo en el mismo puesto, y avanzando
un poco más, Angy se compra una tela hippie gigante de color verde.
Tras un rato merodeando por la plaza, decidimos que, aunque “ya
hemos visto suficiente por hoy”, la ciudad merece que demos otro paseo por
ella.
Desde la torre, vamos en la dirección opuesta de la que
veníamos, y encontramos el centro centro, con sus canales y su gente tomando el
café de las 15.30h.
Decidimos que es hora de comer, y como tardaríamos demasiado
en ir a casa, preparar la comida, y comer, buscamos algo que esté abierto un
domingo a las 16h. La tarea no es difícil, pero encontrar un sitio en el que el
plato cueste menos de 16 € sí que lo es, bien porque los sitios son caros, bien
porque están cerrados por reforma, así que nos queda una alternativa: el McDonald’s.
Entramos, y pido yo. Nos pone nerviosa la chica que nos
atiende, porque tiene un piercing en la lengua y no para de sacarlo y morderlo.
Yo conozco gente con piercing en la lengua, pero no se pasan el día así… en
fin. Sea como sea pido tres menús, y nos enteramos de que el kétchup va a
parte, y además no es Heinz. Aquí, aunque existe la marca, no tienen, como bien
dice Angy, ese pacto en McDonald’s.
Acabamos de comer, y nos volvemos al coche. Por el camino encontramos cosas curiosas, a parte de una chica no demasido maja que nos llama la atención (en holandés, como no), por ir por la calle sin bici, y no por la acera.
Este bicho, supongo que por nada malo, me recuerda a mi padre, con sus tubos de cobre y sus cosas.
No nos resulta
demasiado difícil encontrar el coche, ni tampoco la autopista. Decidimos aprovechar el
viaje, y pasamos por Gouda.
Damos un paseo por ella en coche, ya que no sabemos cuánto
costará la hora, y resulta ser una zona peculiar.
Me hizo gracia esta foto, y aunque no pude ser yo, porque estaba conduciendo, la fotografiamos.
Sí, tiene canales como el
resto de ciudades y pueblos de Holanda, pero empieza con una gran zona
industrial (con su Lidl y todo), y acaba con una gran plaza (por la que pasamos
varias veces, y como no me doy cuenta, hago casi la misma foto en dos ocasiones
diferentes).
La de la izquierda, a las 17.02h, la de la derecha, a las 17.25h.
La mejor forma de enseñaros Gouda es con las pocas fotos que saco,
aunque no sin antes deciros que, al buscar sitio en Gouda, que tiene las calles
más estrechas, y todo está como más apelotonado y junto, porque es algo más
pequeño, aparcamos el coche en un lugar que acaba de quedar libre, y cuando me
acerco al parquímetro, una señora muy amable, que pasaba por allí con su
marido, me dice que “don’t need to pay parking on Sunday”. Primero me lo dice
en holandés, porque no la entendemos, pero la segunda acierta, así que se lo
agradezco y empezamos a dar vueltas, siendo éste el resultado:
Uno de ellos, el palomo, que no cesa en su intento de conquistar a una bella dama, no importa cuál.
Cuchillo, cuchara, y tenedor gigantes, un buen reclamo para un buen restaurante. Bueno, la verdad es que bueno... no sé si lo es, sólo sé que está cerrado.
He aquí el regalo para Pelifresa (31 de Julio, pasado mañana). No es mucho, pero tampoco es poco. Happy Birthday, StrawberryHair!
Ventanas molonas, foto al canto.
El museo del queso, con posibilidad de visitas para grupos, pero hay que llamar a un número... holandés. Probablemente cerrado en Domingo.
Por aquí los "farolillos", son quesos, Gouda del bueno, por supuesto.
Angy y Jorge pasean, y yo fotografío.
Fotillo para ubicarnos.
Ésta sí que sí, con ésta no nos perdemos.
Cuando pensamos que ya ha sido suficiente trote por un día,
nos volvemos al coche, y con él a casa.
Al fondo de este "pasadizo", está nuestro coche. A la ida fuimos por calles anchas, pero a la vuelta, decidimos investigar.
En los últimos minutos de trayecto, desde
el desvío a casa, nos sigue un coche verde pequeñín, con cuatro muchachos
jóvenes dentro. En principio no nos parece raro, simplemente me adelantan y les
adelanto yo demasiadas ocasiones hasta entonces, pero ya en Wassenaar, durante
un trayecto en el que pasamos por rotondas con tres y cuatro salidas
diferentes, eligen siempre nuestro itinerario, y no deja de parecernos…
extraño.
Cuando estamos a punto de llegar, ya en el cruce de la
gasolinera, le digo a Angy, mi copiloto, que si veo que nos siguen, sigo recto
hasta la rotonda de la playa, y vuelvo hacia la gasolinera. Así sabremos que si
nos siguen es porque quieren algo de nosotros (vete tú a saber qué), y si pasan
de largo, simplemente una consecución, muy larga, de casualidades.
Todo esto resulta no hacernos falta, ya que cuando el
semáforo se pone en verde, miro por el retrovisor, y el coche verde pone el
intermitente hacia la izquierda, lugar por el que iremos nosotros también. La diferencia
es que esta vez, aposta, no puse intermitente.
Total, que después de tanto lío, sí, el coche nos persigue,
pero no hasta casa, si no que, un poco antes de tener que girar a la izquierda
para llegar a la urbanización, ellos giran a la derecha, en dirección a
Duinrell, el parque de atracciones de Wassenaar.
Llegamos por fin a casa y con apenas maniobras, aparco
perfecto el coche. ¿He dicho aparco? Perdón, estaciono.
Entramos en casa, y los perros, uno de los dos, ha vomitado
en el sofá. Cambio la manta/colcha que lo cubre, porque sólo yo recuerdo dónde
nos dijeron que están, y sacamos los tres a pasear a los perros por el camino
de siempre. Decidimos que hoy toca correr con ellos, y, a la vuelta, cojo una
correa con cada mano, y corro mucho, no tanto como querrían ellos, pero mucho
para lo poco que he corrido éste año, y… me toca parar de golpe. Un gato
pachón, blanco y negro, y muy muy gordo, se ha quedado tumbado en medio del
camino de bicis y peatones. No es que esté dormido, es que le ha apetecido
quedarse ahí, y es inmune a los ladridos de Pepa. Así que vuelvo corriendo con
las dos fieras a donde están mis compañeros de viaje, y volvemos a pasar por
allí, pero ésta vez civilizadamente, y cada perro llevado por una persona,
pudiendo así tirar de él para que el poooobre gato no sufra las consecuencias.
Ya en casa, nos espera nuestra adorada Wii, yo hago cuentas
en el Excel, que no recuerdo por qué pero sé usarlo, y mientras Jorge prepara
de cena una sopa de verduras, Angy ducha a Pocoyó, y yo aumento mi puntuación
en tenis y béisbol.
Hoy también nos despedimos, como es costumbre, viendo Sobrenatural.
¡Hasta la próxima! Goedenacht!
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