Aquí en Wassenaar, y supongo que en Holanda entera, ya es
“por la mañana” a las 5am, así que un poco más tarde que “por la mañana”,
bajamos a desayunar. Colacao, plato repleto de tostadas, zumo en el exprimidor
(un poco perjudicado el pobre, va a hay que cambiarlo ya), hambre, y un rato
después, barrigas llenas.
Gabi y Ali nos invitan a pasar al coche, quieren enseñarnos
el pueblo y nosotros, que aun no hemos salido de casa más que para pasear a los
perros, aceptamos encantados.
Llegamos al centro del pueblo, a la calle principal, y nos
enseñan el “intertoys”, la tienda de juguetes a la que han ido Mónica y Jacobo
a comprar algo para tía Inma y su madre, Brezo, que son sus cumples mañana y
pasado. Seguimos caminando sin vera los dos peques, y pasamos por una tienda
que es una mezcla entre el Ikea y el Primark, pero llamado Hema. Ahí ojeamos la
zona de exprimidores, peeero, solo tienen licuadora, así que no sirve. Al
salir, vemos que venden bicis holandesas por unos 270€, y mientras Gabi nos
deja para buscar un exprimidor, Ali nos enseña el resto del pueblo. Nos señala
el Luciano, una tienda de helados ricos ricos, y muy baratos. Pasamos cerca de
la tienda de animales, y huímos de la cámara de vigilancia que pone multas a
los que pasean en bici por las calles y zonas que no son “uitgezonderd”
(“excepto”, aunque en un principio pensé que sería “autorizado”) bicis, y nos
encontramos con Gabi, que nos reagrupa y nos lleva de vuelta al coche, rumbo a
la granja.
El camino hasta la granja es precioso, ideal para ir en
bici, y cerca está la hípica de Ali, que si no me dice que ahí hay caballos, me
creo que es un invernadero gigante, ya adjuntaré fotos para que veáis el por
qué.
Llegamos a la granja, entramos en una casita que hay a la
izquierda, que resulta ser la tiendecita de la granja, y Gabi coge una huevera
y la llena con huevos que hay en otra huevera, gigante, en el mostrador.
Aparece una granjera altísima, rubia, y mayor, que nos atiende encantada. El
tío Gabi ide mantequilla, leche, y yogur (o “yojurt”, como prefiráis
pronunciarlo). Le cobra y cuando vamos a salir, solo yo me doy cuenta de que,
ni nos había cobrado ni habíamos cogido los huevos. Resuelto el entuerto, rumbo
al coche. Desde lejos veo que hay cabras, pero me dice Ali que el sitio de las
cabras no es ese, que esta tarde nos llevará a uno mejor.
Ponemos rumbo a la playa, y por el camino llama mi querida
primilla Mónica desesperada, porque no sabe donde estamos. La cobertura no es
muy buena, y la pobre Ali no consigue hablar con su hermana, por más que la
coge y la llama. Ya en la playa, Moni habla con su papi, y se queda algo más
tranquila. Aunque hoy no hace día de playa (así lo demuestran los puestecillos
de helados cerrados), Gabi quiere enseñarnos dónde está, aunque sea poco, si
que hay movimiento, pues el parking de al lado de la playa está casi lleno, y
hay bastantes bicis en el super aparcamiento de bicicletas.
Volvemos a casa, y quedamos encargados de dar de comer a los
niños, pues Gabi tiene que ir a buscar a la sorpresa de cumpleaños de tía Brezo,
al aeropuerto. Se encarga nuestro super chef Jorge, y tomamos unas lentejas
algo sosas, quizá porque, al recorrer el pueblo por la mañana, hubo que
apagarlas demasiado pronto, o quién sabe por qué, y unas hamburguesas que, más
o menos, tres cuartos de lo mismo. Al no poder salpimentarlas por Jaco, que es
celíaco, tuvieron que hacerse sin nada más que la carne, y resulta que es
cierto, los holandeses están escuchimizados, largos, y muy muy delgados por la
cantidad de deporte que hacen a lo tonto con las bicicletas, y por lo mal no,
fatal que comen. La carne, como ya he dicho, no sabe a nada, y Gabi se ha
encargado de comunicárnoslo: la carne holandesa es horriblemente mala. Solo hay
un sitio en Leiden, un pueblo cercano, que la tiene pasable, que se deja comer.
Al acabar, corrieron cada uno de mis queridos primos a sus
queridas consolas, y al rato llegaron Gabi, Inma, Pablo y Dieguete. Dejaron sus
equipajes en la cocina, y Ali nos invitó a ir a la cama elástica de la casa en
la que trabaja cuidando a tres gatos, y nosotros tres junto con Jaco, aceptamos
la oferta, mientras Moni prefirió no coger la bici, pareciéndose a una hermana
mía que yo me sé, y jugar con Diego.
De nuevo otro paseo precioso, todo él por senda roja
específica para bicis, excepto un tramo por un sendero asfaltado que recorría
un bosque de lado a lado, con árboles frondosísimos a uno y otro lado, y
caserones cada dos pasos.
Llegamos a la casa, y nos ponemos como locos buscando a los
gatos. Uno de ellos es muy amigable, y nos sigue para arriba y para abajo, pero
los otros dos no aparecen por ningún lado. Vemos a Jacobo desde la ventana
saltando en la cama elástica, y mientras Ali abre un paquete de whiskas que
parece pienso gelatinoso, que huele rico, y lo sirve para los tres. Limpia los
areneros, en medio de una de las habitaciones que constituyen el “pasillo”, y
seguimos buscando a los gatos. Uno está detrás de uno de los sofás, y otro
debajo. Baby Cat, el único nombre del que me acuerdo, es un gatín pequeñín que
huye, así que no puedo más que ver sus ojos preciosos.
Tras dejar todo limpio y recogido, nos salimos a la cama
elástica, y jugamos durante un montón de tiempo hasta que nos aburrimos, y
queda todo grabado por Angy:
Vamos a las cabras, las famosas cabras a las que habría que
llevar unas zanahorias que olvidamos coger, y les damos hierba, que les sabe
igual de rico. Hay una blanca que está hiper embarazada, y dos… bebés cabra,
geeeeeeeeeeniales, en su patio de recreo, un conjunto bien puesto de troncos.
Tardamos en irnos, y nos dio por ello tiempo a “asistir” al
parto de una de las cabras, aunque fue en una cabaña que está algo alejada de
la zona peatonal, así que poco pudimos ver, pero si que oímos todo.
Por fin decidimos poner rumbo a casa, cercana la hora de que
llegase Brezo, y lo preparamos todo para entonces. El único problema fue que
Diego ha resultado ser algo inoportuno, y le dio por comer el bibe con su papi
juuuusto en el momento en que su madrina aparcaba la bici y recibía la
sorpresa. Fue un rato de “ay, que guay que estéis aquí” y de “no me lo esperaba
para nada”, y de mucho abrazo, y al final, Pablo, Inma y Diego con una cuna
plegable que Gabi había conseguido no devolver a su dueño, en la habitación de
Ali, y Ali y Mónica (que hasta entonces dormían allí), se mudaron a la
habitación de sus padres, durmiendo los cuatro allí. Felicitamos a tía Inma a
las 00.00, por eso de que “ya era viernes 20”, y nos fuimos todos a dormir.
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