lunes, 23 de julio de 2012

Siete menos en casa, ya sólo quedamos cuatro. España, allá van.


Hoy amanecemos pronto. Bueno, relativamente. Enseguida me visto, aunque Jorge y Angy no lo hagan, porque me llegan noticias de que Inma y Pablo quieren llevar a Diego a la playa, y yo no me lo puedo perder.
Cogemos las bicis, y allá vamos. Jaco, Ali, Pablo, Diego, Inma y yo en marcha. Me llevo la chaqueta, aunque es prescindible, y la usamos en la playa para dejar las cosas encima, ya que somos muy listos y no llevamos toalla.
Fuera zapatillas, fuera calcetines, me remango los pantalones, y a pasear por la orilla. Vamos Inma y yo delante, hay que tener cuidado con que a Diego no se le caiga el sombrero, a ver si se va a quemar.
Hacemos fotos, no vaya a ser que la gente se piense que en Holanda no puede hacer un buen día:


Están todos los de aquí, que si estuviesen en España serían los conocidos “guiris”, rojos como tomates, ninguno está ya blanquito, sólo Diego y yo.
Paseamos un ratín, el agua está más fría que en Asturias según Inma y yo, más calentita según Pablo.


Toca la hora de las fotos molonas. Un par de intentos de saltos fotografiados por tía Inma, todos con los pies aun en el suelo, cuando caemos, y hasta la tercera del tío Pablo, con Diego en brazos, no sale, maravillosa imagen que tenemos aquí:


Volvemos a por las bicis, y ponemos rumbo a casa, que no hay que entretenerse mucho que nada más comer salen a por el tren que les llevará el aeropuerto.
Llego y comen los niños, a nosotros tres nos toca esperar. Nos sorprenden con cinta de lomo, bastante rica, y al  acabar, casi no me da tiempo a irme, que se van en coche, conducido por Brezo, a la estación de Vorschooten, en dos tandas. En la segunda van Inma, Pablo, Diego y Ali, ya rumbo a España.
Cuando estamos ya solos, con Brezo en casa, nos vamos a dar un paseo en bici por el pueblo. Pasamos por Hema, el Ikea+Prymark de Holanda, y pasamos por la sección del verano. Necesito crema, porque me he quemado en la playa… bueno, no solo eso… me dio reacción el sol, me salieron mis ya famosos granitos, y me duele al tocarme brazos y cuello. Conseguimos una protección 50, por nada más y nada menos que 8,95€. Me duele pagarlos, sabiendo que tengo en casa, en Moral, pero me dijeron que en Holanda no paraba de llover y de hacer frío, y no traje las pastillas del sol ni “por si acaso”, así que no me queda otra.
Volvemos a casa, y nos damos cuenta de que aun nos queda tiempo hasta las 7 que tengamos que llevar a Poco al veterinario, así que me embadurno en crema, la dejo en casa, y ponemos rumbo a las cabras, pero a mitad de camino, ya cruzada la calle del elefante, a lo largo de la calle siguiente, se rompe el pedal de la bici que lleva Jorge, que no es otra que la holandesa de Gabi.
Intentamos arreglarlo, pero imposible sin las herramientas necesarias. Angy nos hace el favor y va y vuelve a casa. Con unas bridas lo sujetamos, y nos deja el tiempo justo para llegar a casa. Mañana habrá que ir al Marco’s, a que nos digan cuánto cuesta el pedal.
Llegamos a casa a la hora exacta a la que nos han pedido Ali y Brezo que llevemos a Poco al veterinario, que tiene una oreja muy sucia y oscura, que parece estar infectada.
Eso hacemos, cogemos el pasaporte de los perros y ponemos rumbo al veterinario por el camino que, ésta mañana antes de salir hacia el aeropuerto, Gabi me enseñó.
Nos perdemos un poco, ya que soy yo la guía, pero llegamos, y esperamos en la salita, detrás de un gato/conejo (no sabemos muy bien el qué) que, cuando le atienden, se pasa 50 minutos en la consulta.
Ya a las 8 (a la hora a la que supuestamente cierran, porque este veterinario solo abre dos horas por la mañana y una por la tarde, así de guays son), entramos nosotros, y con mi estupendo inglés, consigo entenderme con la veterinaria, que nos pregunta de dónde somos, y se disculpa por no saber español.
Nos dice que tiene una infección enorme, para que me entendáis: se queda flipando. Le digo que no es nuestro perro, si no de mis tíos, pero se acaban de ir a España de vacaciones y no vuelven hasta mediados de agosto, y que mas o menos hasta entonces, estaremos nosotros por aquí. Limpia la oreja de poco con unos siete bastoncillos que salen super oscuros, y le echa unas gotas. Nos da el producto para que sigamos echándoselo dos veces al día, y nos dice que volvamos a verla el viernes o la semana que viene. Le damos las gracias y volvemos a casa (sí, sí; no nos perdemos).
Al llegar a casa, nos espera Brezo para llevarnos a uno de los sitios a los que tenemos que llevar a los perros para soltarlos y que corran.
Conduce ella, y a la vuelta tengo que llevar yo el coche. Es una especie de bosque con un sendero marcado que se cruza con sendas para caballos (con las que hay que tener cuidado), que está cerca de un campo de golf, y por lo tanto, os podéis imaginar la apariencia de las granjas de la zona… enormes, preciosas, de gente rica segurísimo, y muy muy bien cuidadas.
Soltamos pues a los perros, y nos sorprende como corre Pepa. Yo recuerdo verla en Moral, que iba de un lado a otro y no paraba quieta, aunque era mucho menos trasto que Pepolo, todo hay que decirlo. Bien, pues en Holanda, en casa, no hace otra cosa que tirar para olisquear todo cuando la sacas de paseo, comer y beber, y tumbarse en su cojín. No hace otra cosa, todo el día echada. Pues es soltarla en este paraíso, y corre de un lado a otro, hay que tener cuidado cuando adelanta, porque parece una vaquilla a toda velocidad, casi hay que evitarla. Pocoyó intenta seguir su ritmo, pero parece que le cuesta un poco más.
Tras unos 50 minutos de paseo, me toca coger el coche de vuelta a casa. Me pierdo en la primera rotonda, y Brezo no me dice nada, porque resulta que he conseguido ir por la calle paralela, así que de momento, aun sin estar ella, no estaríamos demasiado perdidos.
Pasamos a la carretera general, y llegamos a un cruce en el que pone Wassenaar, pero no lo cojo, porque sé de sobra que el nuestro es “Wassenaar Duinrell”, la salida que da al parque de atracciones que tenemos a tres minutos de casa. Tía Brezo me dice que perfecto, que aunque me pierdo, o nos perdemos, luego sabemos seguir los carteles, así que en el fondo nunca nos perdemos. En vez de seguir hacia casa, nos leva a la estación de Vorschooten, nos enseña cómo coger allí los trenes y los billetes, ya que no hay mujer u hombre vendiéndote los billetes, si no que se compran sí o sí de las máquinas, y nos dice dónde dejar el coche cuando nos vayamos a España.
Volvemos a casa, y como se ha hecho tarde, Jorge nos pregunta qué hace de cena, y la respuesta es sencilla y rápida: Huevos fritos con patatas.
Nos vamos los tres a dormir, y Brezo se queda un rato trabajando. Ésta vez dormimos sin peques.

Goedenacht!

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