Hoy
amanecemos pronto. Bueno, relativamente. Enseguida me visto, aunque Jorge y
Angy no lo hagan, porque me llegan noticias de que Inma y Pablo quieren llevar
a Diego a la playa, y yo no me lo puedo perder.
Cogemos
las bicis, y allá vamos. Jaco, Ali, Pablo, Diego, Inma y yo en marcha. Me llevo
la chaqueta, aunque es prescindible, y la usamos en la playa para dejar las
cosas encima, ya que somos muy listos y no llevamos toalla.
Fuera
zapatillas, fuera calcetines, me remango los pantalones, y a pasear por la
orilla. Vamos Inma y yo delante, hay que tener cuidado con que a Diego no se le
caiga el sombrero, a ver si se va a quemar.
Hacemos
fotos, no vaya a ser que la gente se piense que en Holanda no puede hacer un
buen día:
Están
todos los de aquí, que si estuviesen en España serían los conocidos “guiris”,
rojos como tomates, ninguno está ya blanquito, sólo Diego y yo.
Paseamos
un ratín, el agua está más fría que en Asturias según Inma y yo, más calentita
según Pablo.
Toca
la hora de las fotos molonas. Un par de intentos de saltos fotografiados por tía
Inma, todos con los pies aun en el suelo, cuando caemos, y hasta la tercera del
tío Pablo, con Diego en brazos, no sale, maravillosa imagen que tenemos aquí:
Volvemos
a por las bicis, y ponemos rumbo a casa, que no hay que entretenerse mucho que
nada más comer salen a por el tren que les llevará el aeropuerto.
Llego
y comen los niños, a nosotros tres nos toca esperar. Nos sorprenden con cinta
de lomo, bastante rica, y al acabar,
casi no me da tiempo a irme, que se van en coche, conducido por Brezo, a la
estación de Vorschooten, en dos tandas. En la segunda van Inma, Pablo, Diego y
Ali, ya rumbo a España.
Cuando
estamos ya solos, con Brezo en casa, nos vamos a dar un
paseo en bici por el pueblo. Pasamos por Hema, el Ikea+Prymark de Holanda, y
pasamos por la sección del verano. Necesito crema, porque me he quemado en la
playa… bueno, no solo eso… me dio reacción el sol, me salieron mis ya famosos
granitos, y me duele al tocarme brazos y cuello. Conseguimos una protección 50,
por nada más y nada menos que 8,95€. Me duele pagarlos, sabiendo que tengo en
casa, en Moral, pero me dijeron que en Holanda no paraba de llover y de hacer
frío, y no traje las pastillas del sol ni “por si acaso”, así que no me queda
otra.
Volvemos a casa, y nos damos cuenta de que aun nos queda tiempo hasta las 7 que tengamos que llevar a Poco al veterinario, así que me embadurno en crema, la dejo en casa, y ponemos rumbo a las cabras, pero a mitad de camino, ya cruzada la calle del elefante, a lo largo de la calle siguiente, se rompe el pedal de la bici que lleva Jorge, que no es otra que la holandesa de Gabi.
Volvemos a casa, y nos damos cuenta de que aun nos queda tiempo hasta las 7 que tengamos que llevar a Poco al veterinario, así que me embadurno en crema, la dejo en casa, y ponemos rumbo a las cabras, pero a mitad de camino, ya cruzada la calle del elefante, a lo largo de la calle siguiente, se rompe el pedal de la bici que lleva Jorge, que no es otra que la holandesa de Gabi.
Intentamos
arreglarlo, pero imposible sin las herramientas necesarias. Angy nos hace el
favor y va y vuelve a casa. Con unas bridas lo sujetamos, y nos deja el tiempo
justo para llegar a casa. Mañana habrá que ir al Marco’s, a que nos digan cuánto
cuesta el pedal.
Llegamos
a casa a la hora exacta a la que nos han pedido Ali y Brezo que llevemos a Poco
al veterinario, que tiene una oreja muy sucia y oscura, que parece estar
infectada.
Eso
hacemos, cogemos el pasaporte de los perros y ponemos rumbo al veterinario por
el camino que, ésta mañana antes de salir hacia el aeropuerto, Gabi me enseñó.
Nos
perdemos un poco, ya que soy yo la guía, pero llegamos, y esperamos en la
salita, detrás de un gato/conejo (no sabemos muy bien el qué) que, cuando le
atienden, se pasa 50 minutos en la consulta.
Ya a
las 8 (a la hora a la que supuestamente cierran, porque este veterinario solo
abre dos horas por la mañana y una por la tarde, así de guays son), entramos
nosotros, y con mi estupendo inglés, consigo entenderme con la veterinaria, que
nos pregunta de dónde somos, y se disculpa por no saber español.
Nos
dice que tiene una infección enorme, para que me entendáis: se queda flipando.
Le digo que no es nuestro perro, si no de mis tíos, pero se acaban de ir a
España de vacaciones y no vuelven hasta mediados de agosto, y que mas o menos
hasta entonces, estaremos nosotros por aquí. Limpia la oreja de poco con unos
siete bastoncillos que salen super oscuros, y le echa unas gotas. Nos da el
producto para que sigamos echándoselo dos veces al día, y nos dice que volvamos
a verla el viernes o la semana que viene. Le damos las gracias y volvemos a
casa (sí, sí; no nos perdemos).
Al
llegar a casa, nos espera Brezo para llevarnos a uno de los sitios a los que
tenemos que llevar a los perros para soltarlos y que corran.
Conduce
ella, y a la vuelta tengo que llevar yo el coche. Es una especie de bosque con
un sendero marcado que se cruza con sendas para caballos (con las que hay que
tener cuidado), que está cerca de un campo de golf, y por lo tanto, os podéis
imaginar la apariencia de las granjas de la zona… enormes, preciosas, de gente
rica segurísimo, y muy muy bien cuidadas.
Soltamos
pues a los perros, y nos sorprende como corre Pepa. Yo recuerdo verla en Moral,
que iba de un lado a otro y no paraba quieta, aunque era mucho menos trasto que
Pepolo, todo hay que decirlo. Bien, pues en Holanda, en casa, no hace otra cosa
que tirar para olisquear todo cuando la sacas de paseo, comer y beber, y
tumbarse en su cojín. No hace otra cosa, todo el día echada. Pues es soltarla
en este paraíso, y corre de un lado a otro, hay que tener cuidado cuando
adelanta, porque parece una vaquilla a toda velocidad, casi hay que evitarla.
Pocoyó intenta seguir su ritmo, pero parece que le cuesta un poco más.
Tras
unos 50 minutos de paseo, me toca coger el coche de vuelta a casa. Me pierdo en
la primera rotonda, y Brezo no me dice nada, porque resulta que he conseguido
ir por la calle paralela, así que de momento, aun sin estar ella, no estaríamos
demasiado perdidos.
Pasamos
a la carretera general, y llegamos a un cruce en el que pone Wassenaar, pero no
lo cojo, porque sé de sobra que el nuestro es “Wassenaar Duinrell”, la salida
que da al parque de atracciones que tenemos a tres minutos de casa. Tía Brezo
me dice que perfecto, que aunque me pierdo, o nos perdemos, luego sabemos
seguir los carteles, así que en el fondo nunca nos perdemos. En vez de seguir
hacia casa, nos leva a la estación de Vorschooten, nos enseña cómo coger allí
los trenes y los billetes, ya que no hay mujer u hombre vendiéndote los
billetes, si no que se compran sí o sí de las máquinas, y nos dice dónde dejar
el coche cuando nos vayamos a España.
Volvemos
a casa, y como se ha hecho tarde, Jorge nos pregunta qué hace de cena, y la
respuesta es sencilla y rápida: Huevos fritos con patatas.
Nos
vamos los tres a dormir, y Brezo se queda un rato trabajando. Ésta vez dormimos
sin peques.
Goedenacht!
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